Sí. Después de un año difícil, Horneros logró la Permanencia en la “B”. Es cierto, no salimos campeones, no pudimos pelear por el ascenso y recién en el último tramo del año el equipo logró la estructura, la concentración y la continuidad necesarias. Pero el rojinegro, fiel a su historia, supo sobreponerse a dificultades varias y la tabla final del reducido para mantener la categoría lo encontró en lo más alto.
No es poco. Y a la vez, sí, lo es. Sensación rara eso de ser los primeros entre los últimos. No se ganó nada. No se perdió nada. ¿No se perdió nada? Diego Lombraña, hizo historia y se convirtió en el jugador más joven en retirarse del fútbol hornereano. Todavía recuerdo su aparición y aquel golazo a Cardales sobre el final en un 1-1 para el infarto. Todavía recuerdo sus gambetas de pie a pie contra la raya, su frialdad para definir. También aquel año que, sin confianza, no podía hacer un gol abajo del arco. Sus goles. Sus errores. Las puteadas de un extremo al otro de la cancha con su hermano. Aquel pesimismo que lo llevaba a resaltar más las virtudes del rival que las propias (“Uy, juega el 9 ese que es buenísimo, cagamos…”). Pero, más allá de todo, lo que algunos seguro nunca vamos a olvidar es su compromiso. Eso, sobre todas las cosas. Más allá del fútbol, de las buenas y las malas tardes. Su compromiso con la camiseta. ¿Hay algo más importante?
Bastante buena despedida le dimos a un año tan difícil. Primeros en la tabla de abajo, sin expulsados, con la valla menos vencida y con un asado del carajo obra de Tomi Melamed, todo un tapado en las artes parrilleras (al menos para quien escribe). Cerveza, vino, ping-pong, un par de chicanas, dos gritos para un solo gol de Arsenal y regreso por la ruta al ritmo de Vilma Palma. Bastante buena despedida. A pesar de algunas ausencias, claro. Y, sobre todo, a pesar de una despedida.
No es poco. Y a la vez, sí, lo es. Sensación rara eso de ser los primeros entre los últimos. No se ganó nada. No se perdió nada. ¿No se perdió nada? Diego Lombraña, hizo historia y se convirtió en el jugador más joven en retirarse del fútbol hornereano. Todavía recuerdo su aparición y aquel golazo a Cardales sobre el final en un 1-1 para el infarto. Todavía recuerdo sus gambetas de pie a pie contra la raya, su frialdad para definir. También aquel año que, sin confianza, no podía hacer un gol abajo del arco. Sus goles. Sus errores. Las puteadas de un extremo al otro de la cancha con su hermano. Aquel pesimismo que lo llevaba a resaltar más las virtudes del rival que las propias (“Uy, juega el 9 ese que es buenísimo, cagamos…”). Pero, más allá de todo, lo que algunos seguro nunca vamos a olvidar es su compromiso. Eso, sobre todas las cosas. Más allá del fútbol, de las buenas y las malas tardes. Su compromiso con la camiseta. ¿Hay algo más importante?
Bastante buena despedida le dimos a un año tan difícil. Primeros en la tabla de abajo, sin expulsados, con la valla menos vencida y con un asado del carajo obra de Tomi Melamed, todo un tapado en las artes parrilleras (al menos para quien escribe). Cerveza, vino, ping-pong, un par de chicanas, dos gritos para un solo gol de Arsenal y regreso por la ruta al ritmo de Vilma Palma. Bastante buena despedida. A pesar de algunas ausencias, claro. Y, sobre todo, a pesar de una despedida.